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Las humanidades, las ciencias sociales y el arte en la formación de los Ingenieros.

Las humanidades, las ciencias sociales y el arte en la formación de los Ingenieros.

El humano es a la vez físico, biológico, síquico, cultural, social, histórico. Es esta unidad compleja la que está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que significa ser humano. Hay que restaurar dicha unidad compleja de tal manera que cada uno desde donde esté tome conciencia de su identidad compleja y de su identidad común.

Edgar Morin (1999)

Veo cuatro roles para las humanidades en Colombia hoy en día. El primero está encaminado a fomentar una cultura de pensamiento crítico y debate respetuoso, muy importante en una democracia que se esfuerza por superar profundas divisiones. Si las personas siguen viendo el debate político como un encuentro deportivo, donde el objetivo es derrotar al contrario, la paz está en serios problemas.

Martha C. Nussbaum (2015)

IMPORTANCIA DE LAS HUMANIDADES

Una cuestión central de la educación debería ser la formación para la democracia y el ejercicio de una ciudadanía independiente, responsable e informada, consciente de los procesos sociales y partícipe en el debate político. Y con razón se ha dicho que en los cursos de humanidades se puede adquirir un pensamiento crítico, así como la capacidad de comunicar y  escribir con claridad.

Sin embargo, existe una tendencia internacional, incluso en Colombia, a debilitar o suprimir la formación en artes, humanidades y ciencias sociales en el ámbito universitario, en razón de que ellas no se consideran rentables en una academia que cada vez se orienta más por las señales del mercado, la competitividad en un mundo globalizado y la preparación para los negocios.

Con propiedad señala Martha C. Nussbaum, en su libro Sin fines de lucro – Por qué la democracia necesita de las humanidades, que las materias de ciencia y tecnología se deben impartir con la mayor calidad, pero no debe olvidarse que con la formación en artes y humanidades se pueden adquirir las capacidades de desarrollar un pensamiento crítico, de trascender las lealtades nacionales y afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo” y de imaginar con compasión las dificultades del prójimo.

Hoy más que nunca es indispensable el aporte de filósofos que no escriban sólo para sus colegas y revistas especializadas, sino también para los seres comunes y corrientes que intentan dar sentido a sus vidas y que buscan respuestas ante las incertidumbres y desastres del mundo actual.

Es fácil vislumbrar la importancia de un semestre de filosofía dedicado a la discusión con los estudiantes por parte de un profesor que adopte el método socrático para estimular la argumentación. Son muchos los temas vitales de los tiempos actuales que podrían ser planteados como preguntas. Y sería también una oportunidad para discutir el comportamiento ciudadano a la luz de la ética, el Derecho y la cultura.

Recomendable es un curso de historia para dar contexto a las preguntas y a las respuestas; conocer elementos de la trayectoria del propio país, de la región y del mundo; tratar de entender y comparar críticamente culturas diferentes a la propia; y asimilar las múltiples lecciones que encierra el relato y apreciación de acontecimientos del pasado.

LAS DOS CULTURAS

La expresión corresponde a un libro de C. P. Snow, científico y novelista a la vez, basado en su conferencia del 7 de mayo de 1959 en la ciudad de Londres. Es bien posible que ninguno de los asistentes al acto pensara que iba a escuchar unas palabras que desatarían una de las más intensas controversias intelectuales en la historia de Occidente. Dijo el conferencista que en las sociedades avanzadas del mundo occidental no podía hablarse de la existencia de una cultura común, pues no existía comunicación, a veces inclusive había más bien hostilidad, entre los científicos y los intelectuales de letras, y que esa situación podría impedir el empleo de la tecnología para resolver problemas básicos del mundo.

Agregó que esta incomunicación tenía graves consecuencias políticas ya que “nos lleva a interpretar erróneamente el pasado, a juzgar mal el presente y a negar nuestras esperanzas sobre el futuro”. Snow consideró inaceptable que el término intelectual se aplicara solo a los letrados y se desconociese la existencia de una intelectualidad científica, y que los primeros tuvieran tanta influencia en las decisiones sociales en detrimento y desconocimiento de las contribuciones de ingenieros y técnicos al bienestar de las gentes después de la Revolución Industrial.

Pero un libro de 2009 titulado Las tres culturas. Ciencias naturales, ciencias sociales y las humanidades en el siglo XXI, de Jerome Kagan, señaló que las culturas no eran dos sino tres, pues era indispensable incluir las ciencias sociales en atención a la importancia que habían adquirido en la segunda mitad del pasado siglo.

Y podría agregarse que falta integrar una cuarta, la correspondiente al arte, por la capacidad de esta manifestación para expresar lo inefable y, además, por ser fuente potencial de conocimiento y de crítica. Por lo tanto, las culturas son cuatro. Y entonces surge con facilidad el recuerdo de Edward O. Wilson, quien propone la consiliencia de saberes y la unidad del conocimiento.

Si no se acepta plenamente la unidad del conocimiento, al menos debe reconocerse que es fundamental una interacción entre las cuatro culturas. En efecto, existe una tendencia creciente a considerar que todo problema, proyecto o investigación de cierta envergadura requiere la mirada analítica de múltiples disciplinas y profesiones, como paso previo a una necesaria síntesis integradora que resuelva el asunto.

Es necesario insistir en la importancia de las humanidades, las ciencias sociales y las artes en la vida académica y extraacadémica. Debe concederse gran valor al estudio de la economía y de la economía política, y reconocer que la formación artística estimula atributos básicos de utilidad para la vida social y en particular también para las diferentes profesiones. El estudio y práctica de actividades como música, danza, cine y teatro facilita el trabajo en equipo, la  comunicación con otros y las habilidades creativas y de innovación, todo ello transferible y aplicable a otros campos. A su vez, los talleres de artes visuales permiten entender realidades y relaciones no expresables cuantitativamente o en palabras. Este último comentario lleva a evocar una anécdota atribuida al gran director japonés de cine, Akira Kurosawa. Preguntado por un periodista qué había querido decir con cierta película, contestó: Si yo pudiera expresarle en palabras lo que quise decir con la película, entonces no habría hecho la película.   

LA EDUCACIÓN Y EL ARTE

En su obra “La República”, Platón se ocupa extensamente de la educación y allí argumenta que el arte, en especial la música en razón de sus atributos de ritmo y armonía, debe ser la base de la educación. Esta noción solo vino a recibir un tratamiento de fondo en el libro ya clásico de Herbert Read “Education Through Art” (1943). Mucho antes que Edgar Morin, Read propone una educación que integre las diferentes disciplinas, y agrega que ella debe contribuir a despertar, desarrollar e integrar dos atributos esenciales: percepción y sensibilidad. Son los artistas quienes más han alcanzado este último ideal y por ello tienen la capacidad de imaginar un más allá y de crear nuevas realidades.

El autor del libro mencionado ve la educación como el cultivo de los diferentes modos de expresión, de tal manera que niños y adultos aprendan a bien expresarse en sonidos (músicos, poetas, oradores), en imágenes (pintores, escultores), en movimientos (danzantes, obreros), en herramientas o utensilios (artesanos). Todo lo anterior se relaciona con el arte, e incorpora primordiales facultades (pensamiento, lógica, memoria, sensibilidad e intelecto).

Por su parte, la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales señala, al ocuparse de unas recomendaciones de la Misión de Sabios 2019, que la educación en artes debe ser el medio que permita crear, compartir y divulgar el conocimiento integral con base en propósitos humanísticos, éticos y democráticos. A propósito de lo anterior, vale la pena detallar la histórica recomendación de la Misión en su informe final:

La práctica artística en diferentes niveles de educación debe ser nuclear y fundamental, no complementaria o accesoria. Igualmente, la educación estética no debe ser un compartimento separado de otras materias. Por el contrario, toda la formación de nivel básico debe ser orientada con una perspectiva estética, sin perjuicio de que existan espacios específicos para el desarrollo de la expresión propiamente artística.

Se agrega más adelante que la educación artística debe ser área fundamental del currículo y obligatoria desde la primera infancia y a través de todos los niveles y modalidades de la formación básica y media. Y pone de presente que es importante que los contenidos de dicha educación procedan de las diferentes regiones del país, especialmente de la propia región donde tiene lugar el proceso de enseñanza aprendizaje.

Y recomienda crear un necesario Sistema Nacional de Educación y Formación Artística y Cultural, y una Política Nacional de Educación Artística y Cultural. El Ministerio de Educación debe producir lineamientos para lograr transformaciones curriculares, pedagógicas y evaluativas en primera infancia, básica y media, desde una aproximación estética, es decir, que desarrolle la percepción, la sensibilidad y la receptividad.

UN GRAN EJEMPLO DE INTEGRACIÓN

Durante 2017 ocurrió un hecho de innegable trascendencia y significado. Se fusionaron dos organizaciones internacionales, una dedicada a la ciencia y otra a las ciencias sociales. La primera fue fundada en 1932 y llevaba el nombre de Consejo Internacional para la Ciencia, en tanto que la otra databa de 1952 con el nombre Consejo Internacional de Ciencias Sociales.

Se creó entonces el Consejo Internacional de Ciencia, del cual hacen parte 40 organizaciones científicas de carácter internacional y 140 de carácter regional que incluyen academias y consejos de investigación. Se está ante un reconocimiento de la necesidad de interacción entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, puesta de presente, por ejemplo, cuando se desea investigar los efectos globales del cambio climático. En efecto, el Panel Internacional sobre Cambio Climático debe integrar en sus estudios factores climáticos, ecológicos y socio económicos. Un reconocimiento de los graves impactos de la variabilidad climática sobre las poblaciones humanas.

SOBRE LA GLOBALIZACIÓN Y EL PROCESO BOLONIA DE LA UNIÓN EUROPEA

Una implicación importante de la globalización sobre la universidad es la tendencia a los currículos y requisitos homogéneos, para lo cual es bueno recordar lo ocurrido entre las concepciones alemana y estadounidense de la universidad. En el siglo XIX, se concibió en Alemania una casa de estudios que debía reunir al mismo tiempo la docencia y la investigación, un modelo que fue replicado por la universidad de Estados Unidos con gran éxito en las últimas décadas; pero ahora se revierte la tendencia pues es Alemania la que intenta imitar lo ocurrido allende el Atlántico.

Muy ilustrativo sobre este intercambio de modelos es la renuncia del profesor Marius Reiser a su cátedra en la Universidad Johannes Gutenberg, en Maguncia, renuncia explicada en una carta de 2009 publicada por el periódico Frankfurter Allgemeine y cuyo comienzo dice: “Había una vez una institución a la que llamaban universidad”. Protesta allí por las consecuencias del llamado Proceso Bolonia, un documento aprobado por diferentes instancias de la Unión Europea con el fin, entre otros, de implementar herramientas que faciliten el reconocimiento de grados y méritos académicos, movilidad e intercambios entre instituciones universitarias. Y los grados se relacionan con los bien conocidos Bachelor, Master y Doctor de las universidades de los Estados Unidos.

Al analizar algunos documentos fundamentales del Proceso, Reiser señala que el nuevo sistema se basa en estrategias de “marketing”, capacidad competitiva, “management” de las universidades y creación de un espacio económico basado en el conocimiento; y que en ninguna parte se habla del espíritu que exige en sí la formación, ni tampoco se reconoce que el conocimiento, el saber y la inteligencia son valores amados y ansiados por sí mismos.

Se trata de un nuevo capitalismo académico, en el cual el mercado define la relación entre educación y empleo. Ya la educación no se trata como un bien social colectivo sino como un bien individual y una mercancía del mercado de la educación global. En ese nuevo capitalismo todo gira alrededor del lucro que proporcionan las inversiones en capital humano. Así se expresaba en 2010 la publicación “Páginas sobre política internacional y alemana” del mencionado periódico.

LOS PARADIGMAS DE LA INGENIERÍA

El desarrollo de la ingeniería en el mundo occidental se puede sintetizar en tres grandes paradigmas, generalmente lineales o sucesivos, y a veces imbricados. Son ellos: el Maestro constructor, la Ingeniería como arte y la Ingeniería basada en la ciencia.

Como figura cimera del primer paradigma podría citarse a Filippo Brunelleschi, diseñador y constructor de la imponente cúpula de la basílica de Santa María de la Flor, en Florencia.  En este paradigma, el ingeniero y el arquitecto se confundían en una sola persona que trabajaba en el sitio de la obra. Este paradigma, el denominado Maestro constructor, ocurre cuando apenas empezaban a perfilarse lo que serían las futuras profesiones de ingeniería y arquitectura. Debe considerarse que en la antigüedad clásica este paradigma también lo encarnó Vitrubio.

Debido a las exigencias de la Revolución Industrial, y gracias a la aparición de las primeras escuelas de Ingeniería en Francia, primero de carácter militar y luego civil, empieza a definirse la profesión como un arte, es decir, como un oficio especializado que exigía destrezas y habilidades muy elaboradas, aunque debe anotarse que empezaba a afirmarse una fundamentación científica de la profesión. Este segundo paradigma dura más o menos hasta mediados del siglo XX. Es la Ingeniería como arte.

El tercer paradigma, la Ingeniería con base científica, aparece después de la Segunda Guerra Mundial, cuando surgen las llamadas ciencias de la ingeniería. Tal vez podría señalarse que este paradigma se instala plenamente en el país hacia principios de la segunda mitad del siglo XX.

Se ha visto ya tres paradigmas en la historia de la ingeniería. Ahora, con base en los atributos tradicionales que se deben conservar y los adicionales, se propone un nuevo paradigma para el siglo XXI, el de “Ingeniero integrador”.

Cuando se reconocen las diferentes dimensiones que ofrece un determinado problema relacionado con la profesión, es necesario, además del trabajo analítico tradicional, el esfuerzo de una síntesis o integración que permita llegar a soluciones que respondan a la visión multidimensional. O sea, separar para analizar, y reunir para sintetizar o complejizar, de modo que el problema aparezca en su contexto natural.

Este cuarto paradigma, que puede llamarse con el nombre de Ingeniero integrador, apenas empieza a desplegarse en algunas universidades. El cabal desarrollo de este cuarto paradigma constituye todo un programa para las Facultades de ingeniería en los tiempos que corren, y es el que justifica la formación integral del ingeniero, es decir, su aproximación a las humanidades, las ciencias sociales y las artes.

La visión reduccionista, aquella que se concentra exclusivamente en una tarea aislada, destruye la solidaridad y la responsabilidad.  Podría decirse entonces que el pensamiento sintético o complejo lleva consigo una misión ética. 

Esto exige trabajo interdisciplinario, en el cual el ingeniero puede tener una posición de preponderancia en razón de ciertos atributos que le han sido tradicionales y otros que le exige la nueva situación.  Pero para ello es fundamental que la profesión establezca una diálogo fructífero con otras profesiones y disciplinas, diálogo en el cual el punto de vista del nuevo ingeniero (por ejemplo cuando habla de óptimos) puede ser uno de los más determinantes.

Es imperativo formar un nuevo tipo de ingeniero, más culto y más abierto al mundo, con capacidad de crítica, de interpretación y síntesis, de administración y comunicación. Un profesional preocupado por los atributos éticos y estéticos de su trabajo. Se requiere una educación que integre las visiones científicas y técnicas con las humanistas y artísticas. Un ingeniero cercano a la literatura y el arte en general, manifestaciones éstas que además constituyen otras formas de conocimiento y de crítica. Por supuesto que no todo lo anterior exige asignaturas y seminarios, pues mucho puede obtenerse con actividades por fuera de los currículos y con un ambiente propicio en el campus.

El futuro de la profesión puede mirarse con optimismo si las facultades de ingeniería acometen con urgencia una revisión de las prácticas actuales con el fin de responder a las nuevas y crecientes exigencias de las comunidades. El papel central de la ciencia y la tecnología en la actual vida social realza la potencialidad de la profesión. Pero en esa nueva visión el ingeniero debe ser muy consciente de las implicaciones políticas, sociales, económicas y ambientales de su acción; de la importancia de interactuar con otras profesiones y disciplinas; de la necesidad de acercarse a otros tipos de conocimiento. Y, muy en especial, es imperativa una visión crítica de los procesos sociales y de la propia profesión.

LAS HUMANIDADES EN LA FACULTAD DE MINAS

Durante la segunda decanatura de Peter Santa-María en los años sesenta, no sin dificultad y con la importante participación de dos profesores vinculados en esa década, Bernardo de Nalda y Daniel Ceballos Nieto, se aprobó un plan de humanidades para sustituir una situación increíble: en ese momento aquellas se reducían a un curso llamado Cultura general, para cuyo desarrollo se invitaba a un intelectual de la ciudad con la obligación de inventar el programa respectivo según su leal saber y entender.

La idea central del plan era contar con un curso de humanidades cada semestre de la carrera, con intensidad de dos horas por semana. El conjunto de asignaturas se dividía en dos partes: una básica y obligatoria para los cinco primeros semestres del pensum y luego una serie de cursos electivos que se escogerían por los estudiantes a lo largo de los cinco restantes semestres.

El tronco básico incluía asignaturas como Lenguaje, Historia, Sociología, Economía y Problemas del desarrollo, en tanto que en los cursos electivos aparecían otras como Cine o Apreciación musical. Lo anterior se complementaba con una nutrida programación extraacadémica que incluía un cine club, grupo de teatro, coro, conciertos y, en particular, conferencias que reunieron a connotadas personalidades de la época como Jorge Zalamea, Fernando González, Camilo Torres, Marta Traba, Hernando Salcedo Silva…

Todavía es posible encontrar alumnos de aquella época que agradecen esa preparación que les proporcionaron dichos cursos y las actividades por fuera del currículo. Es lamentable que haya desaparecido una experiencia pionera en Colombia, encaminada hacia la formación integral de los ingenieros.

Para el autor de esta exposición fue aleccionador conocer personalmente, dos décadas después, una discusión en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que intentaba definir una formación complementaria como la establecida por la Facultad de Minas para los estudios de ingeniería. Asistí a algunas reuniones, pues me encontraba realizando una estadía de tres meses por invitación del MIT. Me parece que es una de las pocas veces en que nos anticipamos a resolver un problema que se discutiría años después en tan prestigiosa universidad.

Darío Valencia Restrepo